UNA DECEPCIÓN QUE MARCA DE POR VIDA

Hoy llegan a mi mente tantas cosas, buenas y malas, pero una resalta más que las otras, es cuando mi padre decidió abandonarme siendo una bebé.

 

Cuando pasó eso considero que fue la primera decepción que tuve a medida que fui creciendo, darme cuenta que mi papá no estuvo en esos momentos de alegría, como mis primeras palabras, mis primeros pasos, momentos como mi primer día de clase, el momento de mi primer logro, en esos momentos de frustración, en todos y cada una de mis vivencias él nunca estuvo, eso es lo que más perturba mi mente y me llena de tristeza, el simple hecho de que prefirió formar y ser el sacerdote de otra  familia; darle un nombre y una razón de ser a un niño que tal vez fuera desconocido para él.

Al pasar los días, semanas, meses, años, mi mamá fue asimilando y sanando todo el dolor y el vacío que había dejado él al irse. Ella con su esfuerzo nos sacó adelante a mis hermanos y a mí, fueron momentos donde tuvimos que buscar otra casa, arrimarnos donde algunos familiares, mis hermanos en sus tiempos libres salir a trabajar y tratar de ayudar a mi mamá con los gastos. Y le doy gracias a Dios por la madre que me regaló, una mujer guerrera, luchadora, que fue y es padre y madre a la vez, y gracias a ella estoy donde estoy y no me puedo quejar.

 

 

Y recordar toda esta situación me llena de odio, porque yo siempre quise tener a mi papá al lado mío, que me llenara de amor, de ese amor de padre que me hizo tanta falta, de esos consejos que aun en este tiempo los necesito, la ausencia de mi papá me dio duro en la niñez, porque yo veía a todas mis amigas compartiendo con los suyos, contando sus experiencias con sus padres, lo único que yo pensaba era en mi papá, en por qué yo no tenía a mi papá cerca, eso era en lo único que yo pensaba.

En mi adolescencia fue cuando sentí aún más esa ausencia, sentía un vacío que nadie puede llenar, y a medida que pasaban los años y fui madurando, pensando y auto ayudándome, diciéndome que no valía la pena esperar algo que nunca iba a llegar, esperando un abrazo del que yo creía el héroe de mi vida, un consejo que me ayudara a no cometer tantos errores que cometí, que me ayudara a salir adelante, me quedé esperando 16 largos años de los 18 que tengo.

 

 

Llegó ese momento donde lo vi cara a cara y dejé mi orgullo por un momento y lo abracé pero él fue muy indiferente conmigo, luego de eso lo único que sentí fue ganas de llorar de la rabia que me dio, cuando pasó todo eso me llené de odio y fue tanto así que no quería verlo nunca más, porque pensar, ver y saber que yo no era importante en su vida; me partió el alma, sentir ese desprecio por parte de él. Eso fue lo peor que me pudo pasar en la vida.

Lo único que hice frente a ese dolor que sentí, fue refugiarme en Dios, dejar que él obrara en mi vida y sanara mis heridas, me ayudara a perdonar todo ese dolor y todo eso que me hizo sentir mal y que me partió la vida y fue a medida que fui metiéndome en Dios que pude llenar ese vacío que había dejado él, lo llené con la presencia de Dios y entendí que Dios es el único que nunca nos falla, que él siempre va a estar fiel aunque nosotros siempre le fallemos y le doy gracias a Dios porque por él pude superar cada herida que él dejó en mi corazón y en mi vida y en la situación en la que él nos había dejado a mi familia y a mí, cada parte de esas situaciones Dios fue sanando.

 

 

Al pasar el tiempo quise perdonar y sacar todo ese odio que sentía por él y fue así, cuando a ver tuve muchos sentimientos encontrados, porque a pesar de todo lo que había y después de que decidí perdonarlo no fui capaz porque se me venían muchos recuerdos a la mente y eso me llenaba más de rencor; el simple hecho de que él no me quería y no era importante para él me derrumbaba, pero un día decidí dejar todo en manos de Dios y hasta el día de hoy siento que Dios acomodó todo.

Ya no siento nada, ni rencor, ni odio, simplemente lo veo como una persona común y corriente, aprendí a no ser débil delante de él y demostrarle que si puedo salir adelante con mi vida sin él.

 

Hoy en día doy gracias a Dios porque todo el dolor que sentí en su momento la vida se lo ha ido cobrando con sus propios errores. Ha tenido que llegar a nuestra casa a buscar ayuda, a buscar alimentos, a buscar un refugio.

Día a día ha ido recogiendo las espigas que sembró en el transcurrir del tiempo, no fuimos nosotros quienes le cerramos las puertas de nuestra casa, ni le negamos el alimento, pues él mismo en su orgullo enceguecido se negaba a recibirlo.

 

En estos momentos solo le pido a Dios que sea él teniendo misericordia de mi padre, recibiéndolo con amor y enseñándole nuevamente el camino de su verdad y por lo menos reconozca ante él su error y logre así alcanzar la salvación de su alma que es lo más importante para todo ser.